El tema de la desigualdad social, posiblemente sea tan antigua como la propia historia de la humanidad, en toda época de la que se haya escrito, siempre han existido diferencias en los ingresos y en la forma de vida de unos individuos respecto a otros, en algún tiempo se presentaba por diferencias entre oficios, en otras por las monarquías, aristocracias y plebeyos, otras más por influencia y dominio del clero y su relación con la nobleza, y las más contemporáneas a partir de la industrialización, las guerras y postguerras, y la que se deriva más recientemente por la digitalización mundial. En todas ellas destaca el ser humano por sus características intrínsecas, a decir por aspectos tantos positivos como negativos, tales como su creatividad natural, o bien, por su ambición y egoísmo, o tanto por su crecimiento personal como por el simple hecho de formar parte de alguna clase socialmente favorecida. En las últimas décadas del siglo XX y lo que va del XXI, y después del manifiesto fracaso del comunismo que abanderaba la principal ideología en pro de la igualdad social, algunos países han tenido preocupaciones genuinas por disminuir la brecha de la desigualdad, logrando significativos avances entre sus ciudadanos, mientras que otros lo han utilizado meramente como instrumento para sus propias causas políticas, sin hacer realmente acciones por favorecer a su pueblo.
Se dice que para lograr mejorar algo, primero tiene que ser factible de medirse, y en cuanto a la desigualdad, se desarrollaron dos medidas para expresar que tan igual o desigual son los ingresos o la renta de las personas en una sociedad, una conocida como la curva de Lorenz, y la otra como el índice de Gini. Con ambas herramientas de medición, actualmente los países tienen la posibilidad de compararse, tanto para su propio progreso al paso del tiempo, como entre países, y con ello generar las políticas económicas, fiscales y sociales en pro de disminuir la desigualdad y mejorar el bienestar de sus ciudadanos.
Ahora bien, los indicadores de Lorenz y Gini solo señalan que tan igual o desigual son las rentas entre los ciudadanos de cierta territorialidad, pero no expresan que tan buenas o malas son esas rentas en su bienestar, dicho en otras palabras, una sociedad puede tener la mayor igualdad posible, pero con rentas muy bajas, es decir, tienen una alta igualdad en pobreza, o bien en el otro extremo, los ciudadanos pueden tener elevada desigualdad, pero aún los de menores rentas gozan de un nivel suficiente para su bienestar.
Dicho lo anterior, parece estéril que los gobiernos solo le den el enfoque para reducir la desigualdad, sin reparar en verdaderamente mejorar las rentas de los individuos. En el caso concreto de México, el partido político que actualmente ascendió al gobierno, lo logró básicamente con la bandera y slogan de “primero los pobres”, en donde precisamente los ciudadanos que se encuentran en esa pobreza, encontraron y confiaron en un lider que ofreció gobernar a favor de ellos. ¿Qué significa gobernar para la pobreza? En principio deberíamos pensar que es para sacarlos de la misma, de mejorar sus condiciones de vida, y en general, de alcanzar un digno bienestar. En un mundo, donde prevalece el capitalismo democrático, no se debe dar el enfoque en hacer iguales económicamente a todas las personas, pues independiente de que eso sea una utopía per se, no debería ser la única aspiración para un país, el objetivo deberá concentrarse en que se mejoren los ingresos con un mecanismo que garantice que sean permanentes, y que la igualdad sea en las mismas oportunidades, en recibir los mejores servicios de salud, de educación, de derechos humanos, de seguridad y de calidad de vida en todos sus aspectos más esenciales.
En México, la forma de atender el tema de la desigualdad, es bajo mecanismos Robin Hood, quitar a los ricos para darles a los pobres, por mencionar un par de éstos mecanismos, tenemos uno que es el fiscal, gravar con un mayor impuesto a los que obtienen más ingresos, a través de un tarifa conocida como “progresiva”, así paga más impuesto quien gana más, disminuyendo la desigualdad entre las rentas de los individuos, y el otro mecanismo a través de las denominadas transferencias realizadas en programas sociales, otorgando directamente dinero a grupos de personas que califican en determinadas características de vulnerabilidad, ésta última es una de las medidas favoritas del gobierno en turno, pues naturalmente garantiza fidelidad en votaciones, y en resumen, el gobierno se disfraza de Robin Hood, para abiertamente decir que le quita a los ricos para dárselo a lo pobres, todo esto bajo el más cínico pero legal de los procesos. En principio, son un par de medidas que buscan reducir la desigualdad, lo cual evidentemente se logra, sin embargo, aunque son alicientes inmediatos y populares, no logran el objetivo de generar las condiciones para que los individuos por si mismos alcancen el ingreso suficiente y permanente para mejorar su calidad de vida. Si las condiciones de los ricos empeoran, consecuentemente se deteriora la recaudación tributaria, y con ello las transferencias a los pobres, provocando un espiral vicioso, por tanto, estas medidas son insuficientes y riesgosas si no van acompañadas de otros mecanismos simultáneos que garanticen que las fuentes de los ricos sigan siendo rentables, para seguir generando los frutos que serán trasladados posteriormente a la pobreza. Así las cosas, el gran objetivo esta en hacer que más ciudadanos dentro de una sociedad mejoren sus ingresos, y no solamente en quitarles a unos para darles a los otros, desde luego que lo fácil es extraer recursos al que los tiene, pero lo difícil – al mismo tiempo lo más inteligente – es generar las condiciones para que todos estén lo mejor posible, y nadie le deba de quitar nada a nadie. El líder o grupo político que te proponga esto último, es a quien debes elegir y votar.
No me importa que un político no sepa hablar, lo que me preocupa es que no sepa de lo que habla. Manuel Azaña.
Dr. Adrián Gómez Oyanguren