Pagar impuestos es una acción que a nadie le agrada, primero porque significa desprendernos de un recurso ya ganado, seguido por una perpetuidad que se mantendrá mientras obtengamos ganancias; para algunos representa una erosión en sus finanzas personales y/o familiares más que para otros, sin embargo, esto es así desde las primeras comunidades humanas, y ha ido teniendo distintas formas de tributar, pasando desde el pago a monarquías, el tránsito de mercancías entre territorios, preferencias en sociedades estamentales, épocas de guerras, posesión de esclavitud, número de ventanas por casa, trueque y pago en especie, y muy diversas otras que han obedecido a las características y necesidad de cada lugar, época y tipo de gobierno, pero en ninguna de ellas ha gozado de la simpatía de los pagadores de los impuestos.
El pago de impuestos implica una reciprocidad entre el sujeto activo y el pasivo, el contribuyente debe pagar el impuesto bajo un supuesto justo, entendiéndose éste de forma equitativo y proporcional a su capacidad de contribuir, y el Estado lo debe devolver de manera colectiva de acuerdo a las necesidades del momento – a veces de cara a un futuro a corto o mediano plazo – con aquellos requerimientos que solo de manera conjunta serían eficaces, tales como la seguridad y la paz de la sociedad, la cobertura sanitaria, los servicios civiles, la regulación y protección de las interacciones entre las personas a través de las leyes y juzgadores, y muchas otras necesidades que la sociedad requiere colectivamente.
Reflexionando sobre esas necesidades sociales colectivas, tomando como ejemplo la necesidad de la protección del Estado para tener seguridad y gozar de paz, es innegable que todo ciudadano, sea contribuyente o no, debe de recibir la misma prestación, pues resultaría imposible categorizar este servicio por cualidades o diferenciaciones de entre la sociedad. Así casi todos los servicios que recibe la sociedad por parte del Estado, son indivisibles para unas u otras partes de la sociedad, y todos damos por sentado que así debe ser, pues demandamos los servicios por igual, los usemos o no de manera individual, parcial o total, por lo tanto, la cuestión deviene con las preguntas ¿son justos los impuestos que pago? ¿es justo que unos paguen más que otros si todos reciben lo mismo del Estado? ¿los diferentes tipos de impuestos son justos para toda la sociedad? Las respuestas no son fáciles de contestar, hay divergencias de opiniones, algunas incluso se basan en ideologías más que en situaciones reales y concretas, sin embargo, lo que parece que tiene mayor consenso, es que no existe un resultado de que el pago de impuestos es justo.
Aún cuando la mayor parte se incline a que el pago de los impuestos no son justos, hay una línea de menor o mayor aceptación, ésta línea va en función de que tanto nos sentimos satisfechos con la reciprocidad de los servicios que recibimos del Estado a cambio del impuesto que pago, en una sociedad donde los servicios públicos y colectivos son de mayor alcance y calidad, el ciudadano tendrá mayor aceptación y empatía con su respectiva contribución, y lo contrario, donde no se recibe con suficiencia dichos servicios, el pago de la contribución se sentirá indebido y aborrecido.
Cada país de acuerdo a sus circunstancias específicas, va transitando entre diferentes gobiernos, aceptando o rechazando políticas en función de la eficiencia existente entre impuestos/servicios, sin embargo, la medición y calificación es muy prolongada en el tiempo, para decidir si se continua o se corrige con la selección del gobierno, y al ciudadano le pasa demasiado tiempo en corregir los servicios recibidos, y en ciertos países, incluso puede que nunca sientan y perciban un cambio para recibir mejores servicios por el tributo que pagan. En países con democracias sólidas, la corrección de la política fiscal puede tomar menos tiempo que en democracias débiles, ya sin mencionar los países con gobiernos totalitarios, por ello resulta fundamental que las instituciones del Estado tengan cada vez mayor solidez, autonomía de decisiones, pluralidad de ideas para su propio crecimiento, innovación y adaptación a cambios en la sociedad, en donde la ciudadanía tenga la facilidad de votar y decidir un gobierno que sea eficaz de devolverle con mayores y mejores servicios a cambio de los impuestos que pagan para ello. Desafortunadamente, en algunos países, la débil ética en los políticos, crean en la opinión pública, ideologías en los ciudadanos, para que en vez de calificarlos por sus resultados concretos, los sigan respaldando en función de argumentos subjetivos, ideológicos, y sobre todo, falaces. En México, llevamos mucho tiempo transitando en diferentes gobiernos, sin duda ninguno obtiene una calificación satisfactoria, por lo que debemos continuar exigiendo mejoría en los servicios que recibimos a cambio de los impuestos, pero lo que debemos reflexionar, es que esa exigencia no tendrá buen puerto, sin antes no exigimos un gobierno y sus instituciones con mayor solidez, pluralidad de opiniones y decisiones, democracia cada vez más fortalecida, y sobre todo, resultados positivos sin lugar a la retórica populista.
Dr. Adrián Gómez Oyanguren. Doctor en Ciencias de lo Fiscal